
Musk vs Trump: El ego roto de la derecha
- prensadigitalsuces
- 13 jun
- 3 Min. de lectura

Por Luis Enrique Leyva
Hay momentos en la política donde las rupturas importan más que las alianzas. Porque revelan no solo lo que se rompe, sino lo que ya estaba resquebrajado desde el
principio.
La separación pública entre Elon Musk y Donald Trump no es solo un desencuentro entre dos hombres poderosos; es un espejo que deja ver las fisuras internas de la nueva derecha global, esa que combina populismo con algoritmos, y caudillismo con capital.
Durante la campaña presidencial de 2024, Musk no solo abrió su chequera —más de
290 millones de dólares para los republicanos— sino que también se integró al aparato político como una especie de gurú institucional, nombrado director del llamado Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE), una comisión diseñada por Trump para desmontar lo que él llama “el Estado profundo”.
El matrimonio parecía funcional. Musk ponía tecnología, redes, credibilidad entre
sectores libertarios. Trump ponía estructura, base electoral y la narrativa de
confrontación. Ambos coincidían en temas clave: menos regulación, más “libertad de
expresión” (entendida en términos propios), y una cruzada contra las élites
tradicionales de Washington. Pero lo que parecía una sinergia era, en realidad, un
juego de sombras: ninguno estaba dispuesto a compartir el foco por mucho tiempo.
El punto de quiebre fue fiscal, pero también simbólico. Musk criticó con dureza un paquete de gasto propuesto por Trump, valorado en 2.4 billones de dólares, al que
calificó como “una abominación repugnante”. El lenguaje era todo menos diplomático.
Trump respondió con lo que mejor sabe hacer: amenaza directa. Advirtió que
cancelaría contratos gubernamentales con empresas de Musk, como SpaceX y
Starlink.
Ahí se acabó la cortesía. Musk, herido en su ego y en sus negocios, deslizó la idea de formar un nuevo partido político —una herejía en el universo del trumpismo— y fue más lejos: sugirió públicamente que Trump podría estar vinculado al caso Epstein. La política, de pronto, se volvió ajuste de cuentas.
Para Trump, acostumbrado a ser el sol alrededor del cual giran todos los planetas, la rebeldía de Musk fue una afrenta intolerable. Y como en todo populismo, el líder no perdona la disidencia, menos aún cuando viene de alguien que podría hacerle sombra.
La ruptura fue inevitable, casi necesaria. Una purga elegante, que permite a Trump
reafirmar su dominio sin disparar una sola bala.Musk, por su parte, parece haber descubierto lo que otros aprendieron siglos atrás: que en la política de caudillo no hay socios, solo instrumentos. Él no era coautor del proyecto, sino actor secundario con micrófono.
El rompimiento no es menor. Musk era —y en muchos sentidos sigue siendo— una
figura central en el ecosistema digital conservador. Desde que tomó el control de X (antes Twitter), se convirtió en amplificador de narrativas, curador de tendencias y árbitro del debate. Su distanciamiento de Trump puede desarticular parte de esa maquinaria, o al menos, dividir a sus audiencias.
Pero lo más disruptivo es su insinuación de fundar un nuevo partido. No por las
posibilidades inmediatas de ganar —Musk no es un político profesional— sino por su
capacidad para atraer a votantes desencantados con el establishment republicano. A largo plazo, podría convertirse en el catalizador de una nueva configuración política en
EE.UU.
Hay algo profundamente histórico en esta ruptura. Desde Rasputín hasta Bannon, la
política ha estado llena de consejeros que, al creerse indispensables, terminaron en el
exilio del poder. Musk no es el primero ni será el último. Todos los líderes carismáticos, tarde o temprano, ajustan cuentas con quienes amenazan su centralidad. Porque el populismo no tolera rivales, ni siquiera entre aliados.
Lo que esta historia nos deja no es una moraleja sencilla, sino una pregunta incómoda:
¿puede la política digital convivir con liderazgos absolutos? ¿Hasta qué punto un ecosistema descentralizado —hecho de plataformas, voces múltiples y figuras
poderosas— puede coexistir con la lógica de un solo líder, un solo discurso, un solo
centro?
La ruptura entre Musk y Trump no es solo el fin de una alianza. Es una advertencia. De que en la era digital, el poder sigue siendo tan frágil como siempre… y que quien quiera compartirlo con un caudillo, debe estar preparado para pagar el precio
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