
Ciberseguridad y reformas incompletas
- prensadigitalsuces
- 26 jun
- 2 Min. de lectura
Por Luis Enrique Leyva
Vivimos cada vez más en lo digital, pero lo hacemos con las puertas abiertas. Nuestra
intimidad circula entre plataformas, formularios, redes y bancos, sin garantías claras
sobre quién la observa ni con qué propósito. En México, esta vulnerabilidad no es
casual: es síntoma de una arquitectura institucional que no ha sabido acompañar la
aceleración tecnológica con una defensa proporcional de los derechos.
El fraude digital crece. Las filtraciones de datos personales, también. Y sin embargo, la
conversación pública sigue atrapada entre tecnofobia y complacencia. Necesitamos
salir de ese binarismo. La seguridad digital no es un asunto técnico: es una política
pública que debe basarse en confianza.
Esa confianza exige al menos tres pilares: sistemas de ciberseguridad sólidos y
auditables en el sector público y privado; educación digital desde edades tempranas
que forme usuarios conscientes, no solo consumidores; y transparencia en el manejo
de los datos, con mecanismos claros de consentimiento, corrección y defensa.
Lamentablemente, la Ley Federal de Telecomunicaciones y Radiodifusión sigue sin
ofrecer certezas suficientes. Persiste la ambigüedad sobre la retención de datos, los
mecanismos de vigilancia carecen de control judicial efectivo, y no hay una supervisión
real sobre el uso comercial o político de la información. Es una ley que parece diseñada
para el siglo XX, no para el presente.
Peor aún es lo que ocurre en algunas legislaciones locales. En Puebla, por ejemplo, se
han aprobado reformas que tipifican delitos cibernéticos con formulaciones vagas —
como “alterar el orden digital”— que podrían, sin mala intención, poner en riesgo la
libertad de expresión o el trabajo periodístico. Lo que empieza como intento de
prevención, puede terminar como instrumento de silenciamiento.
La solución no está en endurecer todo. Está en legislar mejor: con controles
constitucionales sobre tecnologías de vigilancia, órganos independientes que
supervisen el uso de datos, y un marco legal coherente entre derecho penal y digital.
Porque una sociedad sin cerraduras no es libre, sino indefensa. Y en un país donde la
violencia ha cercado lo físico, quizá ha llegado el momento de preguntarnos: ¿cuánto
más vamos a tolerar que nuestra vida digital quede expuesta… sin saber quién nos
está mirando
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