
¿Murió la democracia o se rompió el pacto oligárquico?
- prensadigitalsuces
- 5 jun
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OPINIÓN | Enrique Leyva.
En la historia de los regímenes políticos, hay momentos que no anuncian la muerte de un sistema, sino la ruptura de sus viejas formas. El 1 de junio fue uno de ellos. Como en 1910, 1968 o 2000 —cada uno en su escala—, no estamos ante el colapso de la democracia, sino ante el quiebre de su versión domesticada.
Algunos observadores, desde las élites culturales y jurídicas, han proclamado con alarma: _“¡Ha muerto la democracia!”_
Pero cabe preguntar: ¿de qué democracia están hablando?
¿La que Mario Vargas Llosa llamó “la dictadura perfecta”? ¿La de los fraudes técnicos, el “se cayó el sistema”, las concertacesiones sin urnas? ¿La democracia oligárquica, donde se votaba con regularidad pero las decisiones ya estaban tomadas de antemano?
Durante décadas, el régimen político mexicano descansó en un pacto no escrito: estabilidad a cambio de simulación. El voto existía, pero era administrado. La soberanía popular era reconocida, pero contenida. Lo que el 1 de junio sucedió no fue su demolición, sino la ruptura de ese viejo consenso excluyente.
La participación masiva, las mayorías claras, las preferencias incómodas para algunos no son señales de decadencia democrática. Son su expresión más auténtica. Democracia no es la victoria de una ideología, sino el respeto a la voluntad soberana, incluso cuando contradice las expectativas de los formadores de opinión o de los custodios del sistema.
Quien dice que la democracia ha muerto porque no ganó su candidato o su proyecto, en realidad lamenta la pérdida de un privilegio de clase, no de un principio democrático.
El 1 de junio no se cerró una etapa democrática: se abrió una más amplia, más conflictiva, pero también más real.
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